A medida que íbamos dejando Saskatchewan para adentrarnos en Manitoba en busca de la parada de Winnipeg, la ventisca iba atenuándose, la neblina cada vez era menos espesa y la entre la nieve que cubría los campos era cada vez más frecuente ver el color amarillento de la vegetación que sobresalía del manto helado.
Aproveché un momento de siesta generalizada en el vagón y la cobertura del anorak para cambiarme. En la clase económica no tenemos duchas, ni nada que se le parezca y el baño, sin ser un desastre, me daba algo de asco; más aún cuando el de nuestro vagón se había estropeado por la mañana y teníamos que ir a los vecinos. Mi maleta sigue tranquilamente en el vagón de equipajes facturados camino de Toronto junto con el perro de un pasajero que aprovecha cada parada para sacarle a dar una vuelta, pero en la mochila había preparado algo de ropa de repuesto para el cambio y un poco de desodorante para compensar la falta de ducha.
Y así, con paradas cada poco tiempo para dejar pasar a kilométricos trenes de mercancías en dirección contraria y con paisajes cada vez menos nevados, nos fue ganando la noche hasta llegar, bien entrada ésta, a las tres horas de parada de Winnipeg y el ecuador de nuestro viaje -si no en cuestión de tiempo, sí en apariencia-.
Winnipeg, la gran parada
En Winnipeg tuvimos casi dos horas para cenar. En las calles se amontonaba la nieve y casi me resbalo en sus aceras un par de veces. Pasé media buscando un cajero y otra media buscando un restaurante medio decente abierto en una ciudad casi vacía para descubrir que, cuando estaba ya de vuelta, a pocos metros de la estación había un café bastante agradable con un cajero automático en su interior. No sabía si lamentarme por el tiempo perdido o alegrarme de lo que había encontrado.
No me sobró el tiempo, pero pedí un solomillo con pasta –que resultó ser el plato más caro de la carta- y dos cervezas tostadas que me supieron de lujo. Alguna más hubiera caido si no se me hubiera echado el tiempo encima, pero es verdad –y sin desmerecer a la comida del tren, excelente aunque quizá algo escasa- que el estómago lleno te da la paz interior suficiente para afrontar dos días más de viaje con bastante optimismo.
Un nuevo embarque en Winnipeg para descubrir que han aprovechado la parada para cambiar a los empleados, limpiar y arreglar los problemas que hubieran podido surgir, entre ellos nuestro atascado cuarto de baño, que ahora vuelve a funcionar como la seda.
Falta WiFi en este tren. En la parada de Winnipeg casi no me ha dado tiempo de ponerme al día con amigos y correos del trabajo. Voy a ver una película antes de dormir. Mañana por la mañana, si todo va normal, habremos entrado en la región de Ontario cuando me despierte.
Cuarta parte: Cruzando Ontario
Comments are closed.