Seguimos atravesando Canadá a bordo del tren The Canadian. Llevamos más de 24 horas de viaje y, tras dejar atrás las Montañas Rocosas canadienses y la ciudad de Edmonton empezamos a atravesar las Praderas, totalmente cubiertas de nieve, atravesando la provincia de Saskatchewan camino del ecuador de nuestro viaje y la larga parada de Winnipeg.
Salimos de Edmonton ya pasada la medianoche. Una estación pequeña, donde tuvimos algo de movimiento de pasajeros. Los que se subieron y bajaron en Edmonton venían del primer vagón de clase económica, por lo que parece que a los valientes que hacemos todo el recorrido de un tirón nos tienen reservado el segundo. Eso supone que, por segunda noche consecutiva, he vuelto a tener los dos asientos para mí solo.
La noche ha sido bastante tranquila. He vuelto a tener problemas para colocar las piernas de forma cómoda, pero se me ha hecho corta, señal de que he dormido bastante. La almohada hinchable ayuda mucho, pero sin una manta que me cubra a veces se nota algo de frío. Eso sí, las nevadas de la noche han debido de ser enormes. Hemos dejado atrás las Montañas Rocosas y estamos ya en terreno llano, en la zona de las Praderas -que engloba las provincias de Alberta, Sakatchewan y Manitoba-, pero poco se puede ver desde la ventana del tren entre la ventisca y la niebla.
La ventisca de Saskatoon
Al llegar a Saskatchewan hemos vuelto a pasar un huso horario –tenemos ya dos horas más que en Vancouver– y, pasadas las nueve y media de la mañana hemos hecho una breve parada en Saskatoon. No ha sido mucho tiempo, pero la mayor parte de la gente no ha hecho ni siquiera intención de bajar. Apenas algunos fumadores y poco más. La ventisca, fuera, era bastante fuerte y no he ido más allá del edificio de la estación. El frío era tremendo, Me he quitado los guantes un par de minutos para hacer unas tomas con la cámara y, cuando he querido darme cuenta, casi no podía mover los dedos.
Seguimos en ruta por Saskatchewan. Por megafonía nos dicen que las Praderas producen la mayor parte del trigo del país. Por lo que intuyo por la ventana, si me dijeran que era el mayor productor de hielo también me lo creería. Nos cruzamos habitualmente con trenes de mercancías enormes, pero no recuerdo aún haberlo hecho con ninguno de pasajeros. No parece que sean habituales en esta parte del país.
A las 11 de la mañana han vuelto a empezar a llamar al primer turno de comida. La verdad es que, si ayer fue un día tremendamente productivo de trabajo con el ordenador, hoy da muchísima pereza empezar a escribir, señal de que el aburrimiento puede empezar a estar a la vuelta de la esquina. El pasajero del asiento que está justo detrás del mío lleva horas con el solitario del Windows y el ordenador hace un ruido muy pesado cada vez que juega una carta.
El paisaje, ya cerca del mediodía, es blanco mientras seguimos atravesando la gélida Saskatchewan. La nieve aporta claridad, pero la luz del sol ni se intuye. La parada importante de hoy es Winnipeg, donde esta noche tendremos tres horas que supongo que, aparte de venirnos bien a los viajeros para movernos un poco, utilizarán para el mantenimiento y limpieza del tren.
Carrera al supermercado de mitad de la nada
A media tarde, paramos en Melville, un lugar del que no había oído hablar nunca, pero que nos dicen por megafonía que es el municipio más pequeño de la provincia de Saskatchewan. Es una estación diminuta, con el edificio cerrado, pero salimos igual para los diez minutos que nos dan.
A trescientos o cuatrocientros metros por las calles nevadas veo un pequeño supermercado y me asalta la duda de si intentar llegar a tiempo de comprar algo de comer o no. Me decido cuando veo que alguien más tiene la misma idea, se ha decidido y corre desde la estación y, para mi alivio, en las cajas nos encontramos seis o siete pasajeros. Desgraciadamente, entre la calma de la vida rural y la coincidencia con un par de habitantes que habían decidido hacer su compra semanal, el pago se retrasó más de lo previsto y tocó salir corriendo hacia el vagón.
Sin resuello al llegar al vagón, comprobé que los tiempos de parada siempre se extienden algunos minutos más de los anunciados. Pero no recomiendo a nadie probar su suerte. Hubiera sido insoportable quedarse tirado en un pueblo nevado de Saskatchewan, a siete horas del siguiente pueblo lo suficientemente grande como para que tuviera una estación digna de parar en él, ya en las proximidades de Winnipeg.
Siguiente capítulo: Winnipeg, Manitoba.
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